Historia del Traje

GrupoCasinoSi dejamos al margen las diversas modas que modificaron el traje de aldeana, – y no siempre para beneficiarlo, como ocurrió en los años sesenta, donde se acortó el largo de la falda hasta extremos absolutamente ridículos, o incluso ahora, donde se alargan, como signo de “antigüedad”- nuestra vestimenta tiene antecedentes históricos. En Europa existen patrones comunes, con las lógicas diferencias en cuanto a climatología y costumbres locales. Para Ortega y Gasset, hay épocas de uniformismo indumentario que hacen desaparecer los atuendos populares. Pero conviene no dejarse engañar por la ilusión óptica que suele producir todo lo denominado “popular” como sinónimo de “antiquísimo”. Para él, los trajes populares no son más que modas usadas por la aristocracia. Pudiere parecer que esta afirmación contradice todo lo que se entiende por traje popular, pero no es así. Ortega asevera que son las clases superiores quienes pueden costearse los atuendos, y el pueblo adapta esas vestimentas y conforma lo que ha llegado a nosotros como “traje popular”. Si extrapolamos está afirmación a nuestros días, es lo mismo que ocurre con algún famoso. Éste “pone de moda” un atuendo u objeto, y el resto se limita a copiarlo, entonces lo hace “popular”.

Es difícil precisar con exactitud el origen de cada traje regional. Se hallan elementos muy antiguos, consecuencia de las formas de vida de la población. En la literatura medieval encontramos descripciones de los ropajes de diversas comunidades, pero resulta más complicado hacerlo de los siglos anteriores. Hasta el siglo XVII, la vestimenta europea responde a piezas más o menos similares, con las diferencias particulares de cada lugar. A partir del siglo XVIII la moda francesa se introduce en España, al igual que en el resto de países europeos. A mediados de dicho siglo, se produce una reacción a favor de las prendas más castizas, tendencia que aumenta y continua durante el XIX; y que observamos en las pinturas de Goya y sus majos, con profusión de elementos de todas las regiones españolas como: la redecilla o gandaya de Cataluña, o la montera asturiana.

Respecto a nuestro traje, no existen referencias explícitas, pero sí hallamos antiguas crónicas que nos sirven de antecedentes del traje que hoy conocemos. Comba, indica el origen medieval de algunos tocados femeninos, entre estos la manera de usar el pañuelo en regiones del norte, donde englobamos nuestro pañuelo “repicau.”  En 1318 la Junta General del Principado establece unas ordenanzas acerca del uso de los tocados de las mujeres, por el lujo excesivo que se empleaba. Esta prohibición, no gustó a las mujeres de la época, y un grupo de la nobleza, decide recurrir a la misma Isabel la Católica y demandar un permiso especial, que les permita vestir con el lujo que les plazca.

Esta Real Pragmática de 1490, tiene otra concesión más para las asturianas. En esos tiempos el número de caballos era importante en cuanto a la fortaleza o no de un reino. Los Reyes Católicos expiden otra Real Pragmática en 1499, donde prohíben que las personas “de calidad” que no poseyeran caballos, y cabalgasen en mulos o en machos, no podrían usar ni ellos, ni sus mujeres e hijos “trajes de brocado de seda y seda.” En otra orden, conceden la excepcionalidad a la nobleza de las Asturias de Oviedo y de Santillana.

La vanidad de los asturianos de todas las clases era una constante. Prieto Bances indica que esta ambición de competir en vestimenta, y lucirla en bodas, bautizos y misas nuevas, llegó a arruinar a las familias. Los Reyes se ven obligados a tomar medidas para restringir los invitados a estos eventos. En 1493 los monarcas señalan el número y el grado de parentesco de los invitados. Ordenan que sean familiares en tercer grado, compadres y comadres, y seis parientes más que no reunieran estas salvedades. 

 Pero las asturianas, no se conformaron con esto, querían vestir a su antojo, y reclaman de nuevo a la Reina una excepción, al objeto de impedir cualquier intromisión judicial que limite su vestimenta. De nuevo Isabel la Católica accede, y así las asturianas podrán: “lucirse cuando quieran, con trajes de ricos géneros adornados de plata y oro”. Esta concesión confirma la influencia que tenían las nobles de Asturias sobre sus esposos. A través de este “trato de favor”, la Corona se ganaría la lealtad del Principado. Vemos como la vestimenta, no es una cuestión baladí, sino que se convierte en asunto de Estado.

Años más tarde, cuando el nieto de los Reyes Católicos llega a España hallaremos más referencias a la vestimenta. Laurent Vital, cronista del viaje de Carlos V a Asturias, describe la indumentaria con la que se atavían las gentes. Si bien no se sabe con exactitud que función desempeñaba en el séquito del rey, se cree que era el encargado de su vestuario, lo que sería su “Ayuda de Cámara”, por lo que sus observaciones sobre las vestimentas son hechas desde un punto de vista profesional, más que un mero espectador profano en la materia.  Vital afirma que hombres y mujeres asturianos van sin calzas, no sabe si es por costumbre o porque no tienen dinero para ellas. Las mujeres se visten con telas sobrias, baratas como el lienzo. Se fija en los tocados como lo más singular, opina que son “extraños, altos y largos”, de reminiscencias paganas, estrafalarios, penosos de llevar y muy costosos por la cantidad de tela empleada.

 De entre todas las piezas, lo más llamativo es el tocado, llegando a los tribunales por el lujo excesivo de éstos. Hallamos referencias a juicios por los tocados de las mujeres del Valle de Celorio, en 1661. Gasto que provoca envidias. El juez ordena que deben retocarlos a semejanza de los usados en la Villa de Llanes. El magistrado dispuso, que en adelante se reformasen. Sentencia que no gustó a todos. Fernando Díaz de Posada se opuso, excepcionando que su mujer e hijas casadas debían usar tocados “en armonía con su nobleza y calidad.” No todas obedecieron, María Guerra desoyó las ordenanzas y se permitió el lujo de usar un tocado alto de seda, lino y ramales y soberbios, de más de 100 reales. Vanidad que fue denunciada, por Melchor Díaz de Posada. La sentencia la condena a una multa de 300 reales, y a cambiar su lujoso tocado, por otro de acuerdo a las reglas. El uso del tocado es lo más llamativo del atuendo, obras como “La pícara Justina” se hace eco de ello.

Las referencias indican que existían dos tipos de vestimenta: la ordinaria para los usos diarios, y otra versión para los días de fiesta. Aquí entraría el traje de aldeana tal y como lo conocemos hoy. En el siglo XIX las mujeres trabajaban en las faenas del campo con tres cintas en el volante de la falda con la greca negra lisa, y un mandil con fleco; la solitaria o dengue, era también liso. Este traje se enriqueció para lucirlo los días de fiesta. No debemos olvidar la gran influencia de la emigración en Asturias, y particularmente en nuestro concejo. Las nuevas modas traídas de ultramar, con seguridad modificaron la indumentaria tradicional. Quizás el uso de collares de coral, sea una consecuencia, ya que proceden de mares cálidos. Antes eran usados los collares de azabache, con diversos colgantes o amuletos, que daban varias vueltas alrededor del cuello.

García Mijares ofrece la primera descripción precisa de un traje de aldeana del primer tercio del siglo XIX. Consiste en: camisa y enagua de cáñamo o lino, justillo de tela pintada, refajo de bayeta, basquiña y jubón de sayal, sayalín o estameña, dengue de bayeta más fina, llamada miliquin, y pañuelo de hilo o algodón para la cabeza atado al moño; calzas o medias de lino o lana, corizas o zapato escotado, y un mandil de lienzo o percal pintado. Resulta muy interesante esta referencia, donde vemos inequívocamente, que se usan medias y zapato escotado.

Respecto al traje de porruano, García Mijares menciona un “traje anterior” que dice “se ha sustituido” por otro “más afeminado, costoso e incómodo”. Compuesto por: camisa de cuello alto y corbata, zapatos y medias, pantalón largo, chaleco cerrado y chaqueta o chaquetón de paño pardo o negro, boina o sombreo hongo de fieltro. Traje descrito que no reconocemos en el actual, más cercano al que usaban labradores y artesanos, también detallado por el mismo autor.

Todo el género de lana, cáñamo y lino que constituían estas prendas de vestir, era cosechado en el país, hilado, tejido y beneficiado en sus casas por las mismas mujeres pudiendo asegurarse que en los comienzos del siglo XIX, existían sólo en la Villa de Llanes más de 200 telares que daban ocupación a igual número de mujeres, de los que salían los envidiados lienzos de cáñamo o lino, las artísticas mantelerías;  el sayal, el sayalín, y las tan apreciadas mantas Porrúa. Una vez desaparecido el traje tradicional de uso común quedó como indumentaria exclusiva lo que hoy conocemos como “aldeana” para tocar el ramo el día de la fiesta de cada pueblo del Concejo de Llanes.

 Debido a su alto coste, era común el préstamo de pueblo en pueblo o de unas familias a otras. A partir de los años 50 se generaliza el alquiler de los mismos, hoy es lo más habitual. Dicho sistema concentró a los profesionales y supuso una mejora en los trajes, aunque a menudo se recargan excesivamente. Hoy la tendencia es recuperar formas, dibujos y colores antiguos, cuyos modelos aún se pueden ver en alunas fiestas, sobre todo en La Magdalena. Estos trajes con aproximadamente un siglo de antigüedad son verdaderas joyas y constituyen una obra de arte, celosamente guardados y conservados por sus propietarios.